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Villa Jesús, una historia de fantasmas

 

 

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Villa Jesús, una historia de fantasmas

Ahora que acabo de publicar en Amazon mi novela «Las huellas de lo invisible», un thriller sobrenatural de esos que tratan de mantener al lector pegado a las páginas impresas de su libro o a la pantalla del ebook, todavía sigo sumido en mis propios recuerdos enigmáticos. Y es que todos, alguna vez, hemos vivido experiencias que bien podrían ser relatadas alrededor de una hoguera, en una noche de luna llena, a la intemperie, y rodeado de amigos. De esas en las que modulas la voz para que sea susurrante en un instante y, de repente, asustes al auditorio con una elevación del tono, de aquellas que cuentas a tus sobrinos, con cierta carga imaginativa, mientras gozas con la respuesta enardecida de sus ojos, a punto de estallar de sus órbitas.

            En mi caso, una de esas experiencias se produjo mientras trabajaba en Andalucía Directo y surgió la oportunidad de acompañar a los investigadores de parapsicología del mítico programa “La hora del inframundo”, de Radio Iliberis. Organizamos una excursión en mitad del bosque, pasado un pantano, para tratar de percibir energías de más allá de este mundo en una casa abandonada llamada “Villa Jesús”.

            Así que de pronto me sorprendí dejando el vehículo aparcado en un descampado solitario, custodiado por una columna de pinos, pasadas las doce de la noche, y caminando torpemente por la escasa luz de una luna creciente junto a mis dos compañeros operadores de cámara y a cuatro investigadores, en un camino aislado, desde donde sólo se escuchaba el inquietante sonido de algún búho y nuestras pisadas abriendo paso entre la hierba seca.

            Villa Jesús irrumpió ante nosotros imponente, pese a ser una casa abandonada. La fachada aún blanquecina resplandecía ante el reflejo de la luz de nuestras linternas, donde resaltaba una pintura de trazos gruesos y hechos sin cuidado, donde podía leerse: «Esta casa es mía. Jony», seguramente escritas por algún transeúnte. El tejado aún era útil para impedir el paso de la lluvia aunque clamara a gritos por una reparación y las paredes que separaban estancias todavía permanecían sólidas y firmes.

            Antonio, uno de los investigadores, me explicó la leyenda oculta en ese lugar: un hombre anciano, llamado Rafael, se había suicidado en el interior de la vivienda, sin que nadie supiera la causa de que tomara esa decisión, y para ilustrarlo me permitió escuchar la grabación que había obtenido allí mismo unos meses atrás. Se oía un sonido sucio, una especie de ruido ambiental, hasta que en un momento dado, como si llegara desde el fondo y emergiera hasta un primer término, una voz extraña pero clara ordenaba: “IDOS”.

            Con este escalofriante preámbulo, subí unas escaleras deterioradas para ingresar en el interior de la casa. Junto a mí, Antonio, Roberto, Ángel y Aída portaban un aparato de biomasa para captar energía, una cámara de fotos, un sensor de movimiento y una grabadora analógica…todo para registrar lo que sucediera. Claro que delante de mí, mis colegas José Luis y Ángel capturaban con la cámara tanto mis reacciones como cualquier cosa que pareciera que se escapaba de lo normal.

            En una de las estancias encontramos 6 velas apagadas, ante un pentagrama dibujado con claridad en la pared junto a las cifras 666.

            —Esto significa que aquí se ha celebrado recientemente algún rito satánico o alguna misa negra.

            Fue Roberto, investigador, quién nos puso sobre aviso del alcance de lo que estábamos viendo. Aída, vidente, nos aseguraba que comenzaba a advertir alguna energía, algo similar a lo que vivió unos meses antes en esa misma casa, cuando reparó en un intenso olor tan desagradable que empezó a encontrarse fatal y tuvo que salir de allí.

            Les tengo que explicar que a un reportero el hecho de tener la cámara delante le hace sentirse invulnerable. Al menos, esa es mi experiencia: he realizado esquí acuático, he estado a punto de tirarme en parapente, me he hecho un tatuaje… todo porque había una cámara enfrente y sentía que nada me podía ocurrir.  También me sucedió en esta ocasión. Era como si el hecho de grabar la experiencia impediría que algo malo sucediera.

            Habían pasado las dos de la mañana y nos adentramos en una sala contigua a la de las velas y ritos, una estancia vacía, sin pintadas espeluznantes en las paredes. Tal vez fue el poder de la sugestión, quizá sólo el temor de lo que podría acontecer o las ganas de que pasara algo. Es difícil explicar lo que sentí. El hecho es que de pronto, sin venir a cuento, se me puso el vello de punta; percibí como si algo me observara, incluso me di la vuelta y no pude ver nada, pero sí fui consciente de un espontáneo y notable aumento de temperatura. Lo manifesté en voz alta y mostré mis brazos, aún con el pelo erizado. El aparato medidor de temperatura constató que acababa de subir dos grados de golpe, pese a que llevábamos en ese lugar un buen rato. Me empecé a sentir tan nervioso que decidí salir de allí.

            Los investigadores concluyeron sus trabajos y con el contacto con la naturaleza mi ser volvió a relajarse. De nuevo, recuperé mi aire de reportero intrépido y fui capaz de entrar otra vez, pero ya todo parecía en calma.

            Aquel día supe que hay situaciones en el trascurso de mi trabajo en las que ni siquiera el hecho de que te grabe una cámara te hace inmune a nada. Unos días después, me explicaron que habían aparecido orbes en las fotografías de esa noche, es decir, imágenes de rostros extraños en el interior de unos círculos pequeños, sólo visibles cuando se aumenta el tamaño de la instantánea. Podría ser un fenómeno completamente natural derivado de la cámara de fotos, a causa de las luces, el tiempo de exposición, etc.; aunque, tampoco descarto que pudiera ser que aquella casa contuviera secretos aún por desvelar y que alguna entidad hubiera tratado de conectar con nosotros para transmitirnos ese mensaje. Por desgracia, no lo captamos, pero ahí seguirá Villa Jesús esperando revelárselo a quién quiera escucharlo.

Jesús Toral.

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