Independientemente de su cuestionable valor cinematográfico, la saga de Chucky es un fiel reflejo de la evolución del blockbuster moderno y del cambio de preferencias en el público. Lo que en principio parece una saga pequeña e insignificante, e incluso ajena a los gustos del gran público, en realidad responde a los intereses de los grandes medios. Chucky no escapa del poder de la moda. Cuando una peli pequeña de terror se convierte en franquicia es cuando llega el tiempo de las concesiones y de los cambios. Se acabó la adolescencia y empieza la etapa adulta. Chucky por muy psicópata que se crea, por muy despiadado que pretenda hacernos creer que es, paradójicamente, sin saberlo, es una víctima. Una víctima de los basculantes gustos del público.
La primera entrega de la saga de Chucky era una película modesta y efectiva, producida por la desaparecida United Artist. ‘Muñeco Diabólico’, titulada así en nuestro país, cumplía su cometido: era inquietante, ingeniosa y divertida a partes iguales. Nunca antes una película había conseguido sacar tanto partido a los miedos infantiles (y no tan infantiles) hacia los muñecos y a toda su imaginería. Cierto que el uso de los muñecos parlantes y maliciosos en el cine de terror no era algo nuevo — Poltergeist ya lo había hecho con la famosa escena del payaso— pero la novedad aquí estribaba en dotar de personalidad al muñeco Chucky. Este no era un simple vehículo para el terror sino un personaje más. Carismático, cascarrabias y con parlamentos repletos de tacos que nada tenían que envidiar a los de un personaje de Tarantino (no por nada, el director de ‘Reservoir Dogs’ se ha declarado fan del personaje). ‘Muñeco Diabólico’ podía haber quedado como una encantadora y pequeña película, bien ejecutada, ochentera y llena de imaginación. Y tan felices. Un elemento más para nuestra nostalgia colectiva y para su posterior explotación en series oportunistas y descaradas como ‘Stranger Things’. Pero lo que empezó siendo una especie de sátira sobre el consumo enfocada en los aprendices de consumidores, como le gustaba llamar el guionista Don Mancini a los niños (o larvas de yuppies, si lo preferís), cayó, paradójicamente en su propia trampa. Chucky ya no era una crítica al consumo y al capitalismo, si es que alguna vez lo fue —películas de aquella época como ‘Robocop’ de Paul Verhoeven cumplieron ese cometido mucho mejor —, Chucky era una franquicia y debía rendir cuentas a los dioses.
Si algo caracteriza al cine de los ochenta y de los noventa, como si fuera un reflejo del crecimiento y expansión sin límites de la era Reagan, es por la proliferación de secuelas. Casi todas sin sentido. Véase la saga Viernes 13 que nació en 1981 y en 1989, en un tiempo record, ya iban por la entrega número ocho. Es decir, se había hecho, prácticamente, una peli por año. Una auténtica locura. Pesadilla en Elm Street que inició su terrorífica andadura en el 1984 iba a la zaga con cinco partes a finales de los ochenta, Tiburón con cuatro… Y el destino de Chucky no iba a ser diferente.
Así, dos años más tarde Chucky volvía a las pantallas y lo hacía por la puerta grande, de la mano de los Estudios Universal, nada menos. Muñeco Diabólico 2, todo hay que decirlo, era una continuación ejemplar, es decir: con más sangre, con más muertes, con más humor negro y respetando las premisas de la primera parte. El guión también tenía sus dosis de ingenio y cinismo que rivalizaban con la primera. Su guionista y creador, Don Mancini, ojo avizor en la explotación a la que estaba siendo sometida su criatura, supo ironizar con ello con la introducción en la trama (suponemos que a modo de caballo de Troya antidepresivo) de una hiperbólica y pesadillesca fábrica de Chuckys donde vemos a miles de estos muñecos listos para salir al mercado.
‘Muñeco Diabólico 2’ es por definición esa imagen: la fábrica, el inicio de una cadena de secuelas sin fin. Un nuevo Jason. Un nuevo Freddy. O eso es lo que los estudios creían hasta que llegó la tercera parte. Un año después, siguiendo la escuela Viernes 13, de hacer una peli por año, se estrenó ‘Muñeco Diabólico 3’. Pero la diversión se detuvo. El capitalismo tuvo que pisar el freno.
En los noventa se abrió de forma muy intensa el debate de la violencia y el cine y de si ciertas películas eran directamente responsables de que algunas personas cometieran asesinatos. Películas como ‘Asesinos natos’ en 1994 o ‘El silencio de los corderos’ en 1991 fueron objeto de fuertes controversias y de acusaciones. En el caso de ‘El Silencio de los corderos’ se la acusaba de promover la homofobia.
Chucky, víctima perpetua de la moda, no escapó a esto. De hecho, podría decirse que la tercera película fue la que abrió el debate. El asesinato del niño de dos años James Bulger a manos de dos chicos de diez años que, presuntamente se habían inspirado en la última entrega de Chucky, empañó de odio a la película, haciéndola engrosar en la lista de películas malditas. En nuestro país no se estrenó en cines, y Canal + que, por aquel entonces, estrenaba las películas a las nueve de la noche, la pasó a las once para evitar la polémica. Se percibía el cine de terror como algo peligroso y perverso. Chucky regresó a finales de los noventa, y si lo hizo fue debido, una vez más, a la moda. Hasta a mediados de los noventa el cine de terror gozaba de una agónica decadencia. Los Freddys y Jasons daban sus últimos coletazos. El blockbuster de terror ya no era una apuesta en Hollywood y sus intereses se habían enfocado en esa mezcla de terror y thriller que eran las películas de premisa telefilmesca como ‘La mano que mece la cuna’, ‘Instinto básico’, ‘El cabo del miedo’ o ‘Persecución mortal’. Todas ellas con estrellas de la talla de Bruce Willis como protagonistas. Si un aficionado quería ir al cine a ver terror, lo más cercano que tenía entonces era Jóvenes y brujas, algo así como un ‘Sensación de vivir’ pero con magia negra de por medio. Solo existían algunos brotes verdes en los primeros y alocados trabajos de Peter Jackson que llegaban directamente al videoclub.
Pero en 1996 todo dio un vuelco con la llegada de ‘Scream’. El Pulp Fiction del cine de terror entraba en escena. Divertido e ingenioso ejercicio referencial, paródico, nostálgico y homenaje al cine de terror. Esta sería la película que daría el combustible a todas las demás películas de terror del resto de los noventa. A falta de miedos o preocupaciones reales e interesantes, Scream se decidió por mirarse el ombligo y deconstruir el género. Tras ‘Scream’ llegarían ‘Sé lo que hicisteis el último verano’, ‘Leyenda Urbana’ y ‘Faculty’. Solipsismo en estado puro. Y a Chucky, oportunista como pocos, únicamente le bastaron dos años para regresar por la puerta grande. Solo en la década de los noventa, Chucky habría podido volver a escena como lo hizo: con el atrevido título de ‘La novia de Chucky’. La declaración de intenciones era clara, si se regresaba, se regresaba con todas las consecuencias y si había que sobrevivir en una época menos ingenua y con el cinismo como nueva religión que así fuera. En esta ocasión, y siguiendo los dictados PostScream, el juego consistía en combinar el terror con el humor autorreferencial. El resultado fue una película original, atrevida y un verdadero soplo de aire fresco a la saga.
La siguiente aventura de Chucky llegaría en el 2004 y en esta ocasión estaría Influenciada por la fiebre japonesa producida por ‘Kill Bill’ (y también ‘Matrix’), por la extraña mezcla de géneros de Tarantino y Robert Rodríguez y su particular “todo vale”. Si la anterior película jugaba al terror y a la comedia, ‘La semilla de Chucky’ juega en su propia liga personal. Libra sus propios demonios, por así decirlo, sin intentar o querer entrar en comunión con el público. Es un intento de hacer un ejercicio de cinefilia (sin venir mucho a cuento) con referentes chuscos a ‘Ed Wood’, a John Waters y a Tarantino dando lugar a una película inclasificable, grotesca en ocasiones y casi experimental en otras y llena de chistes privados de su director para con su equipo. La sensación que se creaba tras su visionado era similar a la después de ver una película de David Lynch pero con LSD, Whisky barato y Red bull de por medio y despojada de toda genialidad y gracia. En cierto modo, ‘La semilla de Chucky’ es una película americana de los setenta en cuanto a que no tiene que responder ante los dioses. Para bien o para mal es cine de autor. La crítica y la taquilla, sin embargo,parece que no acompañaron a estas cuestionables pretensiones artísticas.
Tuvieron que pasar cerca de diez años para que Chucky regresara con ‘La maldición de Chucky’ (2013). Su regreso estuvo lleno de especulaciones. El género de terror había cambiado considerablemente desde su última aparición y ya no había sitio para las parodias o para los chistes autorreferenciales. Todo lo que habían supuesto aciertos y éxitos en la saga de Scream, ahora eran considerados ofensivos desatinos. El género se debía tomar en serio. Si Chucky quería regresar, tendría que amoldarse a los nuevos tiempos o que siguiera muerto. Nada de tener una novia de juguete o un hijo (también de juguete) con problemas de orientación sexual o volver a hacer chistes sobre la disfuncional familia americana. Aparte de la seriedad, otro frente que tenían que resolver sus creadores era la fiebre de los remakes. Casi todos los clásicos de los ochenta habían sufrido por un nuevo lavado de cara ante las nuevas generaciones con el fin de que siguieran siendo terroríficos. Jason, Freddy, Michael Myers y Leatherface tenían su propio remake, casi todos ellos desafortunados. ¿Chucky sería el siguiente? ¿Cómo conseguir volver a dar miedo con un personaje que no llegaba ni al medio metro de altura y no paraba de soltar chistes sobre su miembro viril? La solución fue hacer una mezcla de las dos cosas. La maldición de Chucky hace, en ocasiones, de remake ya que recupera el tono serio de la primera entrega y en ocasiones cumple como una continuación más para mantener contentos a los fieles aficionados. Sin duda, La maldición de Chucky es el producto de un perfecto estudio de mercado con el fin de minimizar errores. Por si fuera poco y para seguir jugando sobre seguro, la película no se estrenó en cines sino que se distribuyó directamente en Blue-ray y en DVD.
Una tendencia que con la llegada de Netflix y otras plataformas similares empezaba a dejar de percibirse como algo negativo y de bajo presupuesto, o telefilmesco, y se estaba convirtiendo en un nuevo y astuto modelo de mercado. Como guinda, esta película dejaba de lado, en ocasiones, los siempre espectaculares y analógicos efectos animatrónicos del muñeco e incorporaba CGI, dándole cierta artificialidad a las expresiones y movimientos de Chucky. El abuso del ordenador por encima de lo tangible y lo real; el problema de muchas superproducciones de Hollywood.
En octubre de este año, Chucky volverá a hacer de las suyas con ‘The Cult of Chucky’ y de nuevo su llegada será a través de VOD, de Blue-ray y de DVD. Modelos de distribución cada vez más asentados por las series de televisión y las prestigiosas películas de Netflix y HBO. La saga de Chucky es un ejemplo en lo que a tendencias se refiere, siempre a la última.
Como consuelo nos queda, que Chucky se ha mantenido firme y bien alejado en cuanto a la moda del 3D. Por suerte, en ocasiones, es un tipo serio.
Javier Chavanel.