Toda acción implica una reacción.
Todos los actos tienen consecuencias.
La naturaleza nos ha hecho omnívoros y, precisamente por eso, nuestros ancestros cazaban para alimentarse… y perpetuar la especie. Luego aprendimos a cultivar, el pastoreo y otros rudimentarios conceptos de la cadena alimentaria y hoy ya somos cerca de siete mil millones de seres humanos.
Seguimos “cultivando” y “pastoreando” para abastecer los mercados centrales.
Pero ahora nos dicen que un estudio a revelado que las flatulencias del ganado provocan gases de efecto invernadero y, por esta razón, nos aconsejan que dejemos de comer carne.
Vistas las apocalípticas consecuencias de nuestra peligrosa costumbre alimenticia, renunciamos a nuestra naturaleza y dejamos de comer carne.
El ganado de las granjas queda en libertad, porque sacrificarlo es costoso y cruel.
Fuera del control que imponían los ganaderos los toros, vacas, ovejas, cabras, cerdos y demás especies criadas en granjas se reproducen en libertad y a su libre albedrío.
Miles de negocios entran en bancarrota en todo el mundo. Hay suicidios.
Al no consumir carne, la humanidad empieza a sufrir carencias nutricionales y aparecen enfermedades que se creían erradicadas.
El ganado aumenta considerablemente su número y sigue con sus flatulencias, lo que incrementa los famosos gases de efecto invernadero.
Se inicia una matanza clandestina de animales y se establece un estraperlo que hace muy ricos a los furtivos, ya que la carne y los jamones se pagan a precio de oro.
Algunos estados se rebelan contra la medida y deciden volver a las granjas tradicionales.
Los países que no consumían carne, porque apenas disponía de recursos para ello, protestan con energía: ¡Carne para todos o para nadie!
El efecto invernadero sigue en aumento.
Otro “estudio” revela que las flatulencias humanas también contribuyen al incremento de los gases perjudiciales responsables del aumento de las temperaturas.
La media mundial sigue aumentando medio grado cada año.
Un iluminado propone que la solución pasa por consumir carne humana, que es la más sabrosa y rica en nutrientes…
Me desperté en ese momento. Abrí la nevera y mis raciones de solomillo habían desaparecido.
Luego recordé que las había compartido con mis hijos.
Bajé a la calle. Crucé dos manzanas y me asomé a mi carnicería habitual. Todo estaba en orden.
No vuelvo a mezclar las bebidas.
Ángel Arribas.
Foto: Imagen de Darwin Laganzon en Pixabay