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El triunfo de los mediocres

 

 

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El triunfo de los mediocres

Por desgracia, nos hemos acostumbrado a ver a nuestro alrededor a políticos sin estudios que compran un título para no ser descubiertos, a escuchar a cantantes que desafinan, a ver en televisión a presentadores que no saben hablar e incluso a llamar a fontaneros que en vez de arreglarnos el grifo, nos dejan sin agua. ¿Cuántas veces nos hemos horrorizado por el trato que hemos recibido de funcionarios o de otros profesionales cara al público? ¿En cuántas ocasiones hemos ido a un taller de coches a arreglar la avería correspondiente y hemos salido con menos dinero y el mismo problema en el vehículo? ¿En cuántos momentos hemos sido testigos de cómo conseguía un ascenso en nuestro trabajo una persona incapaz para el puesto sólo porque mantenía una relación familiar o de amistad con los jefes?

            Y es que estamos en una época en la que no triunfa el mejor sino el que interesa a ciertos grupos de poder que se convierta en líder o que ocupe los lugares preferentes de la sociedad.

            Es verdad que la mediocridad siempre ha despuntado ocasionalmente, pero tal vez por la existencia de Internet o por el hecho de que nos hayamos transformado en una aldea global donde la difusión mundial es más sencilla que hace unas décadas, hoy está más a la orden del día que nunca.

            La sociedad está avanzando por un camino sinuoso que nos lleva, sobre todo, a la infelicidad. Porque, en realidad, entiendo que los que más sufren son aquellos que están en el lugar incorrecto, pese a que en apariencia sean considerados como personas de éxito porque alguien les puso allí y ellos valoraron más el sueldo o el prestigio social que sus conocimientos y preparación para ello.

            ¿Alguien puede ser feliz si no disfruta en su trabajo, si se siente sobrepasado o si no le gusta lo que hace aunque erróneamente entienda que el dinero que le dan compensa esta insatisfacción?

            Lo primero que deberíamos enseñar a nuestros hijos es a saber elegir porque actualmente la mayoría de los jóvenes seleccionan sus estudios en función de las salidas profesionales o económicas. Cuando yo iba a pasar a la Universidad me aconsejaron que hiciera informática, ingeniería o enfermería porque eran opciones que aseguraban un trabajo. Muchos de mis compañeros se decantaron exclusivamente por ese motivo hacia esas carreras, sin valorar si realmente querían dedicar sus esfuerzos a esos sectores para el resto de sus días. El resultado fue que, al acabar el periodo de formación, una gran crisis impidió que muchos de ellos acabaran trabajando para lo que habían estudiado.

            Todos tenemos cualidades y limitaciones. Aquello en lo que somos buenos es normalmente lo que nos gusta y es ahí donde de verdad deberíamos destacar. Tendría que darnos igual la valoración social si nos centráramos en aquello que nos apasiona, pero la sociedad está programada para desviarnos hacia empleos que nos harán infelices.

            El mediocre no es el que no llega a ser el número uno sino el que se pasa la vida quejándose de lo que no tiene y trabajando en lo que no desea. Seguro que mucha gente pensará que con las dificultades laborales de la actualidad es lógico que nos empleemos en lo primero que encontremos, pero es precisamente en una época de crisis, en la que no hay puestos para casi nadie, cuando tenemos la oportunidad de elegir lo que nos gusta, e incluso prepararnos más para ello. Y es que hoy en día es tan difícil trabajar de médico como de camarero.

            Estoy convencido de que todos estamos especialmente dotados para algo concreto. Esos ejecutivos puestos a dedo por sus padres tal vez podrían haber sido unos camioneros o electricistas o barrenderos fenomenales y serían mucho más felices; el problema es que su estatus social y su entorno les afecta hasta tal punto que ni siquiera tuvieron ocasión de planteárselo en el momento oportuno.

            Sería genial que cada uno de nosotros pudiéramos hacer aquello que más nos gusta, porque de esa forma ganaríamos a profesionales contentos, con capacidad de superación, con ganas de mejorar cada día, sin expresar frustraciones, sin sentirnos víctimas de nuestra situación. Y de esta forma, la sociedad podría evolucionar hacia un mundo en el que cada uno ocupara el lugar que le corresponde, en el que la mediocridad dejara de existir y los mejores de cada sector tal vez no estuvieran en el número uno, pero sí que serían triunfadores porque disfrutarían de sus días. ¿Es una utopía? Tal vez, pero ya lo dijo Einstein: “Lo hice porque no sabía que era imposible”.

Jesús Toral.

Foto portada: Photo by energepic.com from Pexels

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