La cinta dirigida por Jacques Dillon nos presenta la figura del escultor Auguste Rodin con mucha intensidad, apasionamiento y en ocasiones cierto dolor. Nos muestra a un artista en transformación, en cambio, en un proceso de búsqueda y afirmación como persona y como artista.
La alternancia de escenas de su vida en momentos clave así como de figuras femeninas con la que tiene que lidiar no menos que con las figuras de barro que va moldeando en su estudio nos arrastra a una ineluctable (inéluctable en francés) oposición a lo que se da por asumido y a una constante búsqueda que no sin dolor y crisis le lleva a romper moldes emergiendo una figura existencial tan colosal como su obra.
Dillon nos presenta a un Rodin tímido en la intimidad pero osado en su arte, un artista arrastrado en el metraje en un aparente caos de tiempos y espacios, yendo hacia adelante y hacia atrás en una línea temporal, en la que va emergiendo la grandiosa figura pues revela en esas pinceladas de barro toda la pasión y energía de su talento creador.
Magnífico el buen hacer del director al saber hilvanar este devenir existencial prolijo y prolífico del artista, tanto en su obra como en sus relaciones afectivas, trufando la pasión del hombre con el talento del artista y mostrando así que ambos arrebatos provienen de la fuerza interior de este colosal escultor.
La película juega con los tiempos y los silencios alternando la intimidad del estudio, de la alcoba, de la mirada preñada de figuras y formas del escultor, que tan bien interpretado está por el actor Vicent Lindon, con otros momentos de intensa actividad social o de expresión pública de su obra y la controversia que en ocasiones esta produce entre sus coetáneos.
Con ligeras transiciones para situar al espectador, la película nos va llevando de escena en escena dando a cada una un toque y retoque que al final va conformando una cinta que a la manera en la que el escultor va dando pequeños retoques a sus bocetos va creando un metraje que nos muestra finalmente una figura completa de un gran artista como el que fue Auguste Rodin y que supuso un antes y un después en la manera de entender la escultura moderna.
La música de Philippe Sarde contribuye a crear este efecto de transformación y proceso creador hasta dar con la forma y partitura final. La fotografía muy precisa y sugerente y el movimiento de cámara envolvente que nos arroja de lleno en el estudio del pintor.
Una muy interesante obra cinematográfica que parece querer emular la colosal figura del escultor.
‘Rodín’ se estrena el 24.8.18
Javier Torres