El cine de época tiene, por desgracia, ciertas etiquetas que el espectador medio (e incluso el cinéfilo) es incapaz de quitarse de la cabeza. Se asocia su estilo o bien a entornos góticos o románticos, o bien a grandes facturas de personajes y ostentosidades que flotan de un lado hacia el otro. Y William Oldroyd, consciente de todo eso, decidió romper no solo con esos cánones, sino también con las reglas de la película de época dramática en Lady Macbeth, su primer largometraje como director.
Con una larga experiencia en el teatro, pero tan solo un cortometraje como experiencia cinematográfica, William Oldroyd decide asociarse con Alice Birch. Ella había escrito un guion basándose en ‘Lady Macbeth de Mtensk’ de Nikolai Leskov, una novela en la que una mujer inocente se deshace de su moralidad con tal de enamorarse. El guion, según el director, le enamoró lo suficiente como para emprender la tarea de dirigirlo. El resultado: debía emprender el proyecto con un presupuesto de 400.000 euros bajo el brazo.
Con tan solo un escenario y algunos exteriores por la zona, Oldroyd decide construir una película minimalista en tanto que solo 5 personajes conducen todo el drama de la historia. Lady Macbeth, la protagonista, es una mujer que ha sido vendida a un entorno completamente machista. El director es consciente de ello: a las líneas y gestos del guion en que los hombres tratan a las mujeres como ganado, Oldroyd construye mediante encuadres constreñidos, colores mates y espacios repetitivos el agobio y el tedio que la protagonista sufre hasta que surge la primera chispa de liberación, que es justo cuando la cámara decide dejar de estarse quieta y empezar a acompañar a la protagonista en su primera salida al exterior. La supuesta liberación posterior, sin embargo, no será sino una ironía, pues constituye una escalada hacia el siguiente obstáculo, en tanto que esa fingida libertad acaba constituyendo un nuevo círculo vicioso de esclavitud emocional.
Para la puesta en escena, Oldroyd se inspiró en la pintura de Vilhelm Hammershoi, y eso va más allá de lo que incluso reconoce. A una paleta de colores mates (encendidos tan solo por la luz mortecina de las velas) y una iluminación natural se le une –en un juego tan impropio de las películas de época como del thriller, pues estamos hablando de la conversión de alguien inocente en una psicópata que justifica sus propios actos por el bien del amor– un juego minimalista con los espacios, en tanto que la repetición de estos, como la simetría, construye un malestar interno dentro de la propia historia. A todo ello se le une también el juego con la profundidad y el espacio negativo: hay juegos sutiles de ironía no tan solo en la forma de interactuar de los personajes en distintos planos, sino también se llega a jugar en posicionar (y resituar) los roles de los personajes en todos los compases de la película. Todos esos elementos, en conjunto, sirven pues para crear un nuevo tipo de tensión dramática, más cercana a las fórmulas del thriller que a los andamiajes típicos de una atmosfera gótica.
El espacio, la mirada, el minimalismo y las interactuaciones entre los personajes crean un fresco dramático en el que el arco de la protagonista brilla por su amoralidad. Los efectos de su propio carácter, siempre en choque contra los demás por su ambición, no son sino tan solo una forma de rebelarse contra un sistema habituado e incluso dispuesto a ridiculizar y a usar a las mujeres. Sin embargo, es curioso ver cómo el otro lado violenta no solo su entorno, sino también los propios márgenes de la cinta. Ahí está quizá la frescura de Lady Macbeth: en que su tensión no solo surge de la protagonista, sino que también se redirige y contagia al resto de personajes e incluso, en un acierto tremendo de William Oldroyd y Alice Birch, a los márgenes de la imagen y de la propia trama.
‘Lady Macbeth’ se estrena el 28.4.17.
Carlos Martínez