Parece inevitable que, con el fin de un año, todos examinemos nuestra conducta y localicemos aquellos aspectos de nuestras vidas que menos nos gustan; aquellos que intentamos cambiar y que permanecen adheridos como mochilas a nuestra espalda. Afortunadamente, siempre llega el principio del nuevo año como agua bendita dispuesta a salvarnos. Y entonces, comienzan a aflorar nuestros propósitos y una especie de alegría interna nos invade y nos hace sentir que esta vez los conseguiremos. Los míos no difieren mucho de los del resto del mundo:
1.-Me propongo, como toda persona de bien, apuntarme a un gimnasio y eliminar michelines sobrantes de la Navidad además de moldear el cuerpo para verano… Repito: me propongo apuntarme… lo de ser constante es más complicado.
2.-Se acabó eso de fumar un cigarro de vez en cuando. Al fin y al cabo, sólo lo hago por la tontería de sentirme más interesante. Cero cigarros en todo el año… Bueno, si acaso, uno en esa boda a la que me han invitado en este verano y punto.
3.-Voy a leer todos los días, al menos, un rato. Da igual que el libro sea novela o filosofía, pero tengo que buscar un espacio diario para ello. Claro que, si vengo muy cansado del trabajo, lógicamente me voy a quedar dormido… pero excepto en esos días, no puedo dejar de hacerlo.
4.-Me obligaré a visitar una vez cada dos semanas a mi tía enferma, la que permanece en la residencia de ancianos, que está muy mayor y cualquier día nos deja definitivamente. ¡Basta ya de poner excusas para no verla! Lo malo es que entre el niño, la casa, los compromisos con amigos y familia tal vez no pueda cumplir con los plazos, pero tengo que verla lo máximo posible.
5.-Priorizaré a mi hijo sobre mis gustos y necesidades. Reconozco que, a veces, no hago caso al niño cuando me pide ir al parque porque hay un partido importante o porque prefiero actualizar mi Facebook en el ordenador mientras él me repite continuamente que no sabe lo que hacer. Así que lo corregiré y desde ahora iré al parque aunque allí me aburra y no tenga ganas; por mi hijo, cualquier sacrificio es poco; claro que si lo lleva mi pareja, mejor.
6.-Me propongo no quejarme en el trabajo. No soy sólo yo, todos mis compañeros se pasan el día criticando, poniendo verde a los jefes… y yo no soy una excepción. Sin embargo, reconozco que al final los únicos que nos perjudicamos con ello somos nosotros mismos, porque nos quemamos la sangre, nuestra irritación aumenta mientras avanza la jornada y llegamos a casa con las uñas desplegadas y dispuestos a arañar a quien nos tosa. Lo cierto es que el hecho de que yo me proponga no quejarme no implica que lo hagan también el resto de mis colegas… No importa. Yo escucharé, pero no responderé a las provocaciones.
7.-Comeré sano, apuntaré mejor en el wáter al hacer pis y bajaré la tapa antes de marcharme, mantendré ordenadas mis cosas, seré más limpio, no criticaré a mis vecinos, ni siquiera a la vieja cotilla del segundo que se pasa la vida husmeando, estaré pendiente de mi familia, llamaré más a mis amigos, dejaré de ser tan rencoroso y cascarrabias y no me enfadaré tanto…
Demasiados propósitos, ¿no? Los que todos nos hacemos, esos que nos impedirán avanzar porque cada uno de ellos lleva intrínseco en sí mismo el fracaso, lo cual sólo nos conducirá a la insatisfacción, una vez más, y a esperar a que acabe el año para iniciar el siguiente con los mismos objetivos embutidos en un traje diferente.
Así que, ciertamente, mi verdadero y singular propósito para este año será perdonar todos mis errores, ser más indulgente conmigo mismo. Nunca habrá un juez que nos juzgue con más dureza que nosotros mismos Por eso, me encantaría asumir que voy a equivocarme y no sentirme mal, ni culpable por ello. Al fin y al cabo, todos cometemos cientos de fallos diarios y seguimos adelante.
Y mi gran deseo para todos es que comprendamos que sólo existe el ahora, que el ayer murió y el mañana nunca llegará, son sólo ideas en nuestra mente: es ahora, en este mismo momento, cuando podemos vivir la experiencia que nos toque, tal vez agradable o desagradable pero la que hay en cada instante… y si empezamos a percibirla como única, irrepetible y pasajera, un mundo de posibilidades infinitas se extenderá delante de nosotros, expulsando la culpa, el pecado, los problemas… Es nuestra percepción la que nos lleva a sufrir, transformarla puede conducirnos a que el mundo a nuestro alrededor también cambie con ella. Y como mínimo nos llevará a ser más felices, que es el único objetivo por el que merece la pena trabajar.
Jesús Toral