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Liberarse de la culpa

 

 

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Culpa

Hace unos días un amigo llegó hasta mí hundido. Me contó que desde hacía meses se sentía amargado durante todas las horas de su vida, que no dormía, que no podía disfrutar de su familia, que ni siquiera tenía ganas de sonreír por culpa de su trabajo: interminables jornadas de 14  horas de dura labor en la finca familiar, desarrollando tareas que había despreciado a lo largo de toda su infancia y a las que había retornado después de quedarse en paro en la empresa donde estuvo empleado como informático licenciado.

Otra amiga mía perdió a su hermano en un accidente de tráfico y durante varios años experimentó una culpa irremediable pese a que no viajaba en el interior del coche cuando se produjo aquella tragedia: «Se dirigía, —me confiaba—, a las fiestas de un pueblo para ver a una chica que le gustaba y que conoció gracias a mí. Si yo no se la hubiera presentado, seguramente no habría decidido ir allí y hoy día aún podría seguir vivo».

            Yo mismo, a los veintitantos, después de marcharme de casa, me sentí culpable por haber elegido un trabajo a mil kilómetros de distancia de mis padres y no poder atenderles en el día a día en los últimos años de sus vidas.

            La culpa se incrusta en el alma y a veces nos deja tocados para el resto de nuestras existencias. Lo peor de todo es que ni siquiera somos conscientes de que revivirla continuamente es lo que nos lleva directamente a la infelicidad.

            Confundimos a menudo la culpa con la responsabilidad: mi amiga no es culpable de haber provocado el accidente de su hermano, eso es obvio, únicamente es responsable de haberle presentado a una chica; tampoco yo soy culpable de trabajar a mil kilómetros de mi familia, sólo soy responsable de haber tomado la decisión de hacerlo.

            Aunque parezca un matiz, la culpa siempre conlleva un castigo y no hay nadie más exigente con uno que él mismo. Pese a que nos parezca que los demás son injustos con nosotros y a veces nos insulten o nos menosprecien, es muy inferior ese dolor al que somos capaces de auto infringirnos cuando consideramos que no hemos estado a la altura. Así que tras la culpa siempre llega el castigo.

            Eso significa que alguien que se sienta culpable se auto flagelará inmediatamente después; de hecho, ese sentimiento es lo único que nos provocará: ganas de auto castigarnos.

            Cuando nos juzgamos como culpables por no seguir la dieta, por no guardar el secreto de un amigo o por no podernos desprender de algún vicio secreto, nadie acabará enterándose de lo que hemos hecho excepto nosotros mismos, que como somos los más duros fiscales, nos esforzaremos lo necesario en hacernos sentir mal por nuestra acción, aunque sólo sea en silencio.

            ¿Y de qué sirve el que yo sufra toda la mañana por haberme comido un chocolate, pese a que lleve un mes a dieta? ¿O que deje de mirar a los ojos de un amigo porque a sus espaldas me he citado con su novia? No podemos cambiar lo que ha sucedido pero si comprendemos que esa consecuencia es producto de una decisión que hemos tomado, lo único que nos queda por hacer es mirar de aquí en adelante para seguir eligiendo: ¿Queremos seguir citándonos con la novia de nuestro amigo? ¿Queremos seguir comiendo chocolate? La culpa es inútil, pero la responsabilidad nos permite tomar conciencia de que nosotros elegimos y por tanto en cualquier momento podemos dar un giro a nuestra vida y cambiar las elecciones que hasta ahora hemos tomado.

            La responsabilidad nos puede liberar de la culpa. Todo lo que hacemos durante el día está establecido a través de elecciones personales que pueden acarrear consecuencias que algunos calificarían como negativas y otros como positivas; pero es igual, son alternativas. Por eso cuando cogemos las riendas y nos damos cuenta de que somos responsables de ellas, deberíamos también comprender que no hay buenas ni malas decisiones, sólo hay decisiones a secas.

            Liberarnos de la culpa nos lleva a ser más felices, a estar más satisfechos de nosotros mismos y a mirar la vida frente a frente, con mayor libertad.

            Seguramente, mucha gente pensará eso de: «¡Qué fácil es decirlo y qué difícil hacerlo!»; tal vez no sea tan sencillo pero para conseguirlo hay que iniciar el movimiento, proponérselo y estar dispuesto a superarlo. No vale rendirse sólo al ver los obstáculos en el horizonte. Es necesario afrontarlos y saltarlos, hay que mirar a la culpa a los ojos y estar dispuesto a desprenderte de ella de aquí en adelante, sin volver la vista atrás. Eso, sin duda, nos llevará a ser más felices. Únicamente depende de nosotros.

Jesús Toral.

Imagen de Tumisu en Pixabay

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