La celebración del Día Mundial del Alzheimer, hace unas semanas, me devolvió uno de los recuerdos de mi pasado que me gusta recordar porque me devuelven la fe en el ser humano. Es la historia de Antonio y Paqui, de la que tuve el privilegio de ser testigo para un extenso reportaje que grabé durante varios días hace ya algunos años.
Antonio vivía en Ronda donde se casó con Paqui 50 años atrás. No tuvieron hijos porque ni pudieron de forma natural ni tampoco se plantearon acudir a métodos alternativos como la adopción. Eran gente sencilla, él empleado por cuenta ajena y ella le asistía en casa y completaba el sueldo limpiando portales o viviendas particulares. Empezaron a trabajar con poco más de diez años, mucho antes de se encontraran durante la adolescencia. La amó desde la primera mirada y no cesó en su empeño de conquistarla hasta que lo logró en el pueblo donde ambos nacieron y donde pasaron décadas de dificultades económicas pero muy felices, según sus propias palabras. Cuando se jubilaron entendieron que se iniciaba una etapa dulce, acompañados de una familia muy reducida pero sin necesidad de nadie más. Se tenían el uno al otro.
Antonio me contaba lo guapa que había sido siempre Paqui, el cariño y la amabilidad que le había regalado durante toda su vida: “Sin ella no sé qué hubiera sido de mí”, “apenas discutimos”, “para mí era lo más grande de mi vida”…eran algunos de los sentimientos que él mismo me transmitió sobre su esposa.
Un día, de pronto, la mujer se olvidó la compra en la tienda. No le dieron importancia porque despistes los tenemos todos. Pocos días después, se perdió en Ronda, pese a haber vivido allí toda la vida. Antonio la encontró totalmente descompuesta, lloriqueando y temblorosa muy cerca de su propia casa. Ahí empezó a preocuparse él pero Paqui, una vez que volvió en sí, le pidió que no le diera importancia, que seguro que no sería nada.
Pasaron las semanas hasta que otra mañana fue Antonio el que entró en pánico. Tenía setenta y dos años, dos más que Paqui, y al abrir la puerta del domicilio se la encontró tirada en el suelo. Fue a recogerla mientras ella, fuera de sí, se defendía:
—¡Por favor, no me pegue…! ¡Quién es usted?…¡Déjeme tranquila!
El tono de la protesta fue creciendo hasta alcanzar el grado de grito. Consiguió calmarla con grandes dosis de cariño, la besaba pese a que ella no dejaba de insultarle e incluso llegó a escupirle en la cara, pero él no respondió con violencia; todo lo contrario, la acarició, la abrazó y le dijo que estaba junto a ella, que no la dejaría, que la quería. A mí me lo contaba unos años más tarde sin haber olvidado un solo detalle de aquel día, en el que comprendió que su mujer tenía alguna demencia, que después resultó ser alzheimer. Se hartó de llorar cuando su esposa ya estaba calmada y también volvió a hacerlo mientras lo rememoraba frente a mí. Y de la misma manera a mí me emocionó ver la forma en que alguien sin aparente cultura, sin saber leer ni escribir, me explicaba con una naturalidad propia únicamente de los grandes maestros: “¡Cómo iba a tener en cuenta los insultos o las agresiones, estaba enferma…y yo la quería más que a nadie!”.
Le entrevisté para la televisión diez años después, en el instante en que la enfermedad había alcanzado su última fase y Paqui permanecía postrada en una silla de ruedas. Él la levantaba a peso desde la cama, la asesaba con sumo cuidado, la peinaba, la llevaba a pasear y no dejaba de hablarle con un cariño envidiable. Y ella la mayoría de las veces no reaccionaba pero de pronto, fui testigo de cómo levantó la cabeza, le miró y sonrió. Y él, entre lágrimas, me dijo: “Ves como ella siente que la quiero”.
Reconozco que no tuve la suerte de tratar a Paqui antes del alzheimer pero tal y como Antonio me hablaba de ella puedo decir que nunca he conocido a un matrimonio que rebosara tal nivel de generosidad y amor. No me cabe ninguna duda de que a esa pareja no le hizo falta ningún hijo porque el amor que se procesaba era tan pleno que suplía cualquier carencia. Jamás podría haber encontrado Paqui un cuidador más idóneo que su propio esposo. Cuando contemplo el panorama político y social, en el que vender a un amigo está a la orden del día, donde se traiciona al compañero de trabajo por la pura satisfacción de hacerlo o se menosprecia la vida de millones de personas por no carecer del estatus económico que se espera de él, en ese preciso segundo me vuelvo a acordar de Antonio y de Paqui y de su historia de amor sencilla y común…porque gracias a ellos, vuelvo a sonreír y a comprender la grandeza del ser humano.
Jesús Toral.
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